viernes, 2 de julio de 2010

Lección de perspectiva

Antes de ir a África alguien me dijo aquello tan cierto, y que en su momento no entendí, de El desierto te quita, el desierto te da. Y el Sahara cumplió.

Así que esperaba, bajo el auspicio de la aplicación general, que este viaje también me robara y me aportara. De un modo bastante vistoso, es cierto que he dejado mucho hierro, volví contenta y habiendo perdido cinco kilos de mierda mental. Pero no llegaba la aportación. Hasta ahora.
Flamante de gafas, carruaje encerado, llaves del centro de Manhattan, haciendo la compra en el catálogo de las vanidades. De pronto. He recibido una hostia en el centro de la perspectiva y. Me he dado asco. He tenido ganas de llorarme. Eso es lo que soy.

Tanto perpetrar el triple Axel, más alto, más alto, más rápido. Hace unas horas que patino en círculo. Pensando en si hubiera nacido cuatro mil kilómetros al sur. Si tú vivieras treinta mil al este. La capacidad de ser feliz está en uno mismo. Pero aquí nos ayudamos con ciertos brillos y complicados programas de saltos de -un giro, dos, tres y medio- escénico lucimiento.

No voy a incendiar el coche de J. que yo misma le ayudé a elegir y que hoy -pordios!- me ha sorprendido en su excesiva, excesiva y carísima belleza. No voy a aporrear las pantallas ni a saltar sobre vidrio polarizado y su puta madre. No voy a quitarme los patines para clavármelos en el pecho. No voy a caer en la trampa -fácil, fácil- de pensar que mi vida es mejor que la suya en algún aspecto. No es lástima en sentido alguno, eso es tan aborrecible como lo contrario. Hablo de mi posición respecto a la suya. No de sus carencias, de las mías.
Voy a seguir dando vueltas.
Mientras ese sudor frío va empapándome de perspectiva.
Va a servirme de algo. No sé si poner un interrogante o no.

Despacio, despacio, iré perdiendo la capacidad de aborrecerme. Empezaré con un saltito, y luego querré una vuelta. Otra, otra más. Triple Axel. Y veré pasar a J. con su dragón y pensaré "Era el más bonito". Y todo me parecerá normal y regalado y, qué demonios, justo.

Despacio, por favor. No quiero dejar de oír las alarmas. Que me desvelen, que me desquicien! Pero que no dejen de sonar.


Como dijo Cortázar, si quedo atrapada en el molde social, que al menos me quede una mano libre para irme dando alguna hostia.




Quiero pertenecer calladamente, pensar algo que no me mate de vergüenza, que me justifique aquí. Y sólo el rasras de los patines contra el hielo.

No hay comentarios: