miércoles, 8 de octubre de 2014

Siempre dos hay


dos

"Siempre dos hay"
Yoda

Lo que sigue es intrasdendente para esta entrada ( y además lo sabéis, frikazos/as) porque el tema es que

Siempre dos hay, un Celsius y un Fahrenheit.

Esto está a punto de ser una entrada extensa, donde voy a colgar los antecedentes, la continuación y un ejercicio de caos. Así que vamos ya.

Lealtad es un grado
El último año en Suiza conocí a dos gemelos alemanes. Celsius y Fahrenheit. Y tenías que llamarlos Celsius y Fahrenheit. Extrañamente tenían muy baja tolerancia a los diminutivos. Y muy mala leche. Al menos el segundo. Que te pongan un nombre así se comprende que. Entonces Celsius y Fahrenheit en el internado, idénticos, con su hermoso apellido alemán y su pelo negro y sus ojos verde manzana. Verde amarillo. Un verde que demasiado verde para mantenerles la mirada sin que se notara que habías dejado de escucharlos y sólo te preguntabas cómo es posible que los dos tan verde.

Celsius se sentaba conmigo en matemáticas. Era adorable y habitualmente adorado, salía con las guapas y era amigo de medio internado. ¿Podemos decir un líder sin imaginar un gilipollas? Pues Celsius. Yo me llevaba bien con él porque me gustaba Fahrenheit. Me encantaba Fahrenheit. Que se sentaba con nadie en filosofía. A veces, invitada por Celsius, estudiaba matemáticas en el cuarto que compartían los hermanos, a veces me sentaba distraídamente a su lado en clase, a veces ni me miraba, a veces me golpeaba con la cartera al levantarse y entonces me miraba. Tenía que acostumbrarse a la compañía de las personas, pensaba yo. Y como los solitarios enfadados suelen ser receptivos a la paciencia, mi acercamiento fue constante. Soporté docilmente tres accesos de ira y la incomprensión de mis amigas.
- No es Celsius, eh.
- Sé que es Fahre.
- Pues como le llames Fahre te la vas a cargar. ¿Por qué te empeñas con el malo cuando está claro que le gustas al bueno?

De pronto, a finales del primer trimestre y para asombro de todo el mundo incluida yo, sobre todo yo, empezó a esperarme en el jardín después de clase. Como si no me esperara, al pasar por su lado comenzaba a caminar conmigo. Nos sentábamos en los bancos que dan al río y hablábamos un poco, o paseábamos. A veces nuestras manos se rozaban y él la apartaba y yo ardía.
No hablaba con nadie más, con su hermano y conmigo. Convence a Fahrenheit. Pídele tú los apuntes. Dile que se venga a nuestro grupo para el trabajo. Un cabrón de cuidado, se entiende. Una vez se me escapó Fahre delante de la clase, solo decirlo contuve el aliento. No me dijo nada.
Al día siguiente me besó por primera vez. Como quien te da una hostia.


Diez años después, Fahrenheit es aún un nombre hermoso. Si lo desvinculas de lo obvio y dejas que el aire comience a escapar de la boca con dureza y luego te llene el paladar y se escape. fohrenait.


Ayer comí con Celsius, tenía una reunión en mi ciudad.
- ¿Y tu hermano?
- Bien. De gira.

No pregunté más, seguimos disfrutando de una convestación elegante, un vino suave, una atmósfera que creó cálida para mí. Mientras nada ocurría sin Fahre, Celsius brotaba ante mí espléndido de belleza y ternura. Intenté confundir, creer, retener lo parecido de su voz, tan bonito el paso del tiempo en su boca, querer que los gestos. Y finalmente Suiza ardió en mi memoria. Rescaté justo a tiempo su pelo tan negro, su Salinger entre los apuntes, esperándome mansamente en el jardín de la entrada, a la luz reprobadora de todos para pasear casi sin hablar.

- Dale un beso de mi parte a Fahre.
- Fahrenheit.
- Fahrenheit.

Me dejó en casa tan elegantemente dulce intentando coger mi mano, tan parecido acercándose, los ojos tan verdes. Casi me engaño. Pero, extrañas lealtades, en mi cabeza se repetía aquel acorde de, la conocéis, ha sonado mucho. ¿Sabéis cuál os digo? La compuso él. Y mientras rasguea con tan legítimo enfado, parece que..., quizá no, pero dírías que dice...

Y no pude.

----------------------------------------------------------------




233 Celsius, 451 Fahrenheit *

(*) La temperatura a la cual el papel fotográfico entraría en autocombustión.



Hoy he escuchado en la radio otra canción de Fahrenheit.  Mi Fahrenheit, imagen especular y atroz de su hermano Celsius. Pero habíamos dicho que ardió en mi memoria el internado, el paseo después de clase, que aquel día me besara como quien te da una hostia, ardió su pelo negro, su mirada intensa, todo ardió. Y ya no recuerdo nada.

Ayer estuvo aquí Celsius, una vez al año, puntual, alemán, cortés. Comimos.
- Qué sabemos de tu hermano.
- Bueno, ya sabes. Más vino?

Celsius. Imagen especular y angélica de su gemelo Fahrenheit. Celsius el hermoso, Celsius el líder, el paciente, el deseable.

Sería sólo un error de apreciación, eran tan idénticos que por qué no. Un minuto de caos, un desliz de identificación, pensar su nombre y cerrar los ojos que por qué no.


Pero en la intención de Celsius, tan dulce, tan transparente rememorando de pronto todo lo que hicimos juntos los dos. Se destilaba, se apreciaba líquida una estrategia. Matar a Fahrenheit. Hacerlo desaparecer de mí. Todo ese esfuerzo en cierto modo conmovedor, Celsius: Te hablaré de nosotros hasta que dejes de pensar en Fahrenheit.
No pienses en Fahrenheit.
Siéntate en un rincón hasta que dejes de pensar en un oso blanco.
Por qué no tuvo en cuenta el oso blanco de Tolstoi si lo estudiamos juntos?
Sólo a veces lo consigues. Algún gesto ensayado, alguna mirada de un verde indecible y casi eres Fahrenheit.

Matarlo. No hay que matar a Fahrenheit, véndeme otra cosa. Crees que yo no estoy cansada? Crees que el incendio fue casual? Entré una noche en mi memoria. Sólo debí soplar las brasas de años de nada. Nada! Es aterradora la intensidad de Fahrenheit aunque no esté. No seas él, es un infierno su propio nombre, sus canciones donde dice volvamos allí y a veces voy. A veces voy... Y nunca está.

Volvió a acompañarme a casa. Volvió a intentar cogerme la mano en el portal. Pero esta vez no suena esa canción donde grita mi nombre. Será que lo hemos matado.





----------------------------------------------------------------




La teoría del caos

Donde dice que del caos más absoluto surgen ordenaciones perfectas. 
Siempre va a haber un Celsius y un Fahrenheit que aceleren, narcoticen con una mirada que parecería la misma. Te besan diferente con los mismos labios, la misma voz te dice y desmiente, el viento despeina el mismo pelo, se lleva intenciones tan opustas, tan iguales. Siempre va a haber dos para un caos. 
Y los dos son yo.

Sólo que a veces no soy yo, son de verdad Celsius y Fahrenheit, la pluma y el hacha, imagen especular. Observa cómo todo gira en espiral. Y date por elegida.







Sistemas estables, inestables y caóticos.
Un sistema estable tiende a lo largo del tiempo a un punto, u órbita, según su dimensión (atractor o sumidero). Un sistema inestable se escapa de los atractores. Y un sistema caótico manifiesta los dos comportamientos. Por un lado, existe un atractor por el que el sistema se ve atraído, pero a la vez, hay "fuerzas" que lo alejan de éste. De esa manera, el sistema permanece confinado en una zona de su espacio de estados, pero sin tender a un atractor fijo.
Una de las mayores características de un sistema inestable es que tiene una gran dependencia de las condiciones iniciales. De un sistema del que se conocen sus ecuaciones características, y con unas condiciones iniciales fijas, se puede conocer exactamente su evolución en el tiempo. Pero en el caso de los sistemas caóticos, una mínima diferencia en esas condiciones hace que el sistema evolucione de manera totalmente distinta.