jueves, 6 de febrero de 2014

Barrio judío.

Fui a ella porque nunca me miraba raro. Porque en la decadencia de su local no había ni una sola posibilidad. Ni un brillo, ni un solo detalle que... Iba a ese salón de judíos porque cerraba tarde. Y todas las decisiones que se toman cuando ha caído el sol son precipitadas. Si quería precipitarme no había más lugar que ella.
- No has pedido hora.
- No hay nadie.
- Pero tienes que acostumbrarte. Traes cara de...
- Corta.
- No.
- Hasta la indecencia.
- Te puedo hacer una limpieza de chakras.
- En mis chakras se pueden comer sopas, Shoshana. Corta, por favor.
- Pasa a...
- En seco.
- Me lo veía venir. La he visto pasar por aquí alguna vez.
- Corta.
- La decisión estaba clara. Lleva esa melena.
- Corta.
- ¿Tú te has visto? estás flaca y pálida, quién va a querer...
- Vale, dame las tijeras, ya corto yo.
Shoshana me insultó con un suspiro. Prefería clavármelas a lo que le hice hacer la última vez.
- Bueno, te corto un poco.
- Apenas la conozco, ¿sabes?
- Yo la he visto pasar por aquí. Tiene una delgadez diferente a la tuya. Tú eres flaca, mi hija.
- Corta.
- Si yo fuera él tampoco...
- Acaba.
- Tampoco... ¡estas cosas que haces!
El papel de las paredes empezaba a desconcharse en algunos sitios.
Salí a la calle y me disgustó que no hiciera suficiente frío como para enfadarme.
En realidad todo iba mucho mejor.
Ya no había melena. No había nada. Ya me podía sentir igual por dentro y por fuera. Arrasada. Libre.

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