martes, 23 de febrero de 2010

Ciudad de mí.


Hay ciudades que vienen a ti. No estás en ellas, no eres viajero, paseante, admirador, no eres ajeno ni te abandona a la mera espectación. Hay ciudades. Que te permiten respirarlas. Y su bendita presencia. Tensa tus antebrazos y... Se te mete hasta el pecho y lo ocupa todo.

Nos detuvimos frente a la pérgola porque un grupo de personas estaban bailando.
- Mira. Como en China.
Apreté los diarios del domingo, ella se acomodó la bufanda y dio un sorbo tímido al café que traía en las manos. Nos detuvimos porque todo se detuvo. Y la gente bailaba swing y, al fondo, la fuente donde se hacían fotos los turistas, apenas restaba luz a ese momento en ese parque en esa ciudad que era mía de nuevo.
Ella sonreía, movía los pies y maldecía el no haber traído la estenopeica. Cada momento tenía su foto. Me afané no poco para alejarla de los circuitos y las postales, mentí, simulé perderme para poder perderme por fin. Y cada respiración era esa ciudad en mí.

Continuamos paseando por el parque. Ella veía lo que yo notaba, que algo. Amor. Dolor. Grandiosidad. Pérdida. Encuentro. Corría libre por mi mejilla. No dijo nada. Y yo no me avergoncé.

Volvimos a casa por una ruta nueva. Mis tacones inauguraban el camino con amable repiqueteo. Empezaba a llover. Pero no se quejó del paraguas y yo no aligeré el paso. Porque una vez en casa, asomada al balcón, iba a perder bajo la lluvia la línea del mar que ahora se me ofrecía. Se me regalaba. Ténue. Cada vez más lejana.

- Qué pena no haber bailado.

Pero yo sí había bailado. Llegó por la espalda y me tomó la mano. Subimos a la pérgola, nos mezclamos con todos. Sinatra nos cantaba y nosotros bailábamos como si nada más. Mirándonos a los ojos, respirándonos despacio. Reímos, giramos.
Hasta que la pieza acabó y, de la mano, me volvió a dejar a su lado. Y seguimos caminando.
Ella no dijo nada. Yo no me avergoncé.
Y aquel sentimiento eligió recorrerme antes de caer y mezclarse con la arena.
Y formar parte para siempre de la ciudad que hay en mí.


5 comentarios:

T. dijo...

Com es nota quand fas les coses amb el cor. Copiante una mica, només puc dir que. Ets. Molt. Gran.
Contnua escrivint i regalant-nos coses com aquest.
Quina ciutat es? es pot dir?
Molta sort.

Maria dijo...

Ualaaa, moltes gracies! Si no te importa sigo en castellano, por democratizar. Y por joder. No a ti, valga'm deu! A los que me cierran puertas y no me invitan a saraos por no escribir en català.
Te estaba agradeciendo, T, es un placer que alguien te lea. Si además le gusta...
Que soy muy grande es más que discutible. Ernesto opina igual, pero también lo cree de si mismo, así que como si no. En las tiendas sí, ves? siempre me lo dicen. Es que eres muy grande! Me voy sin pantalón, pero con un ego fenomenal, jajaja!

La ciudad? Pse. No. Creo que no puedo decirlo. Soy una amante discreta.

Un abrazo, T. Estas a casa teva.

a muchos kms. dijo...

Si recuerdas un poco, verás que ya te lo dije una vez. Sólo amas a las ciudades, querida Mary. Venecia, S, esta de ahora... Incluso en Cien sueños estás hablando de BB.AA.
Es el primer caso de ciudadfilia que conozco. Espero que seas correspondida, pero igualmente yo te voy recomendando que te pases a las personas ya. Las ciudades no sienten nada cuando les escribes estas cosas tan lindas, pero un hombre yo creo que se te tiene que rendir.
Debe ser hermoso que escriban así sobre uno.

Besos, mujer. Otro dia te cuento más.

Maria dijo...

Por alusiones pero sobretodo por "besos, mujer", voy a considerar que el Gran E. se ha unido al mundillo del anonimato. Cuando yo nunca he hecho tal cosa en su jodida bitácora, pero bien. Deseemos que sea una moda pasajera.

Ernesto te envía cariños desde la cocina y se descojona con la ciudadfilia. Es más, va un paso más allá y te sugiere citosfilia, el muy salao.

Una ciudad no te defrauda, E, una ciudad no se acojona. Que, viendo cómo están las cosas, es mucho a su favor.

Sigo por mail, que tengo ganas de extenderme, nene, mira qué hora es. Qué bien se escribe por la mañanas, quién me lo iba a decir...

Maria dijo...

Para compartir: La ciudad parece un mundo, de Ismael Serrano. Y, canturreándola bajito, sigo con lo mío.