miércoles, 10 de junio de 2009

Detrás de cada huída.



Hace unos días me fui a la pequeña ciudad donde estudié bachillerato-geografía-e-historia para hacer unas localizaciones. Lo primero fue localizar las casas donde tan felizmente viví, luego la escuela y luego el portal donde esperaba a mi amor con una palmera de chocolate en cada mano. Y luego las calles oscuras, los porches, el kiosko aquel, la catedral. Y todo vino solo, los nombres de los compañeros que no recordaba -eso, coño, Lafragüeta!-, el camino más rápido, la sombra sobre el último banco. Pero sobre todo, Ismael sabe a qué me refiero, las calles de Huertas donde él borracho gritó mi nombre en las barras de los bares en que lo amé... Los bares contigo. Esa ciudad sabe demasiado sobre mí.

Estuve con mis amigos más queridos y tuve que contener que los quería tanto porque si no me hubiese quedado. Fui a ver, como siempre, a mi profesor de filosofía. Tuve que ir a la escuela, donde me reconoce nombre y apellidos hasta de espalda, porque en el Berlín le pasé por delante y no me vio. Todo raro y todo bien.

Salvo esta sensación, conocida y mal, que ya anuncia excusas, arreglos, huídas. Ansiedad por volver, volver ¡ya!.
Como cuando me tiré en paracaídas y a la vuelta me quedaba con las monedas que caían en el sofá y recortaba gastos y...

Soy una yonki.

Pero no paro de escribir desde que volví.

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