lunes, 14 de julio de 2014

Footpaths

A penas asomaban las primeras colinas de Oxfordshire, quizá un poco antes, pero inevitable como una sacudida, acudía a mí la sensación del padre.
En esos momentos sé que me estará esperando con el coche que me gusta, que habrá dejado preparado algo para comer y que iremos a pasear aunque llueva.
Y atravesando campos encontraremos abadías destruídas y él dejará que yo le cuente tanto sobre el románico tardío, dejará que le hable de capiteles, muros, vueltas, me acompañará al cementerio y a orillas del río como si yo pudiera presentárselo todo por primera vez. Recorreremos el canal y seremos silenciosos contempladores de ciervos.
Y al día siguiente iremos a devorar Oxford. Entonces yo me quedaré callada cuando lo reconozcan en el patio de los colleges y nos dejen pasar. Y, en vez de llevarme a las clases, deje que me pasee por el claustro y otra vez pondrá su mejor cara al escucharme por enésima vez hablar de la distribución, de la planta, de cualquier cosa estúpida que me arda dentro. Cuando él. Quizá el mejor filólogo de inglés medieval del mundo. Ya lo sabe todo.
Pero es un padre. Sonríe y encadena mi brazo al suyo como dos eslabones perfectos.
- Deberías haber estudiado aquí.
Él me ve más hermosa de lo que soy, más inteligente, conmigo no tiene criterio ni yo con él.
Es sólo que a veces, oh, wait, sabemos que somos sólo un maestro y una estúpida. Un padre y una hija atravesando los vallados de Oxfordshire y encontrando la ruta más larga sólo para hablar. Hablar, hablar e imaginarnos cómo hubiera sido todo si.


Marnie: Y ya está?
Maria: A qué te refieres?
Marnie: A esta entrada! Eso es todo? Acabamos de ver cómo la gente viene aquí a leer a Rizo el erizo y a Lady Gaga y tú te quedas en bucólicos paseos con tu padre muerto? Pasa algo más a parte de la silenciosa observación de ciervos y el mano a mano artístico-sabioncillo?
Maria: No está muerto.
Marnie: Yo os mataría a los dos. Ahora.
Maria: Bueno, déjame pensar. En una librería me dio un retortijón que ni cuando la gastro vietnamita. Algo así?
Marnie: Después te cepillaste al dependiente?
Maria: Mmmmmmmno...
Marnie: Pues post a la basura! A la basura! O te pones a golfear y contarlo -hombres, mujeres, plantígrados- o los 15 seguidores que tenemos van a morir. Como tu padre.
Maria: No, que no está muer...
Marnie: Como tu padre!

Entiendo los motivos marketingueros de Marnie. Y puede que nos hayamos sumergido en el bucolismo con esta entrada, no digo que no. Voy a hacer algo más acorde con...

Conmigo. Qué, no os gusta la profundidad? Pues no tenemos edad de prostituir el blog! No gusta la forma, no?  Con todos ustedes y rescatándolo de este invierno reciente...

Tac. Tactac.
Desde lo innecesario, la duda, desde lo de siempre y mis súplicas veladas. Desde la noche, las horas en las que tanto aconsejé que nunca, nunca, porque al ponerse el sol algo cambia y nunca, nunca debemos escribir. Y cuando digo somos nosotros ojalá fueramos nosotros. Desde el ácido que deja en la boca al incesante pensar en metales, todo trae la familiaridad de una locura antigua. Desde un lugar sorpresivamente cubierto por la nieve. Desde un móvil, traición reparable porque a estas horas siempre, siempre pienso en lápiz. Pero quizá perderse un poco sea encontrarse un poco con la versión limpia de uno, de una, de quien suscribe. Limpia de acumulaciones, Diógenes de formas, de modas, de espectros que nos quisieron y, por supuesto, nos cambiaron. Y cuando hablo en plural ojalá no se me notara que no hablo sinó de mi propia reverberación metálica en noches en que lo caminaría todo. Lo escupiría todo. Todo ardería en mí. Y estamos deseando herirte un poco por compensación. Un poco porque ya no sabemos qué tengo entre manos. Y afuera continúa el tactac tac de la nieve que se cree tan sigilosa, la estúpida.

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