martes, 19 de julio de 2011

A estas alturas.




- Me podrías regalar unos centímetros.
La frase es recurrente. Como "Tú jugarás a baloncesto, Podrías ser modelo -no, amiguitos, no podría-, Qué tiempo hace por ahí arriba, Tú tendrás que buscarte uno de tu talla, Cuando el yogur te llegue al estómago habrá caducado, Qué suerte ser tan alta..."

Qué suerte? Mido 1.84, diréis no mucho, pues nada está diseñado para mí. Desde los asientos de los aviones, a la ropa. Mi largo de pantalón no existe para muchas marcas, bendita idea de ponerse las botas por fuera, si miráseis dentro veríais que llevo el bajo por el tobillo. El largo de las camisetas no es lo mismo que para mis amigas. Yo también tengo derecho a llevar una talla M sin tener que enseñar la tripilla. No, me dan una L y jódase, jirafón.

La gente imagina que eres grande de todo. En las zapaterías elijo un modelo y rubor en jeto me dicen que no tienen tallas grandes. Hago un 39, hijo/a de puta. En mi trabajo piden guantes L para mí. Para mí, que tengo talla de anillo de niña de comunión. Soy una persona!

Pero lo peor es que crean que ALTO = FUERTE. Os habéis fijado los altos en que nos dejan las cajas más grandes, la maleta pesada, el carro de la compra...? Y los bajitos se ríen porque en realidad ellos son más fuertes. Y tienen más cerca del suelo el centro de gravedad, lo que les da aun más robustez a su transporte de bultos. Pues no hay tutía.

Leí un estudio -cuidao, que esto lo paga alguien- que decía que la gente alta se enfada cuando lava los platos. Ya. Prueba a subirte a una banqueta y estar diez minutos dándole. Se te queda un dolor de espalda para todo el día. Los muebles tampoco son para nosotros. Están muy abajo.

Y te miran. A mí me ven aparecer y la mirada va indefectiblemente a mis pies. No, no, soy así sin tacones. Porque cuando me los pongo "Tú te pones tacones?!" sí, me pongo, me gustan, tengo que sobreponerme mucho a mi timidez. Cuando era más joven, he llegado a aguantar estoicamente una vejiga a reventar para que no me miren cuando me levanto de la mesa. Resultado de lo cual tengo una vejiga olímpica.
Te miran cuando bailas, y yo bailo mal. Así que muchas veces me quedo en la barra. Han hecho de mí una alcohólica. Y si me junto con mis amigas, igualmente no me entero de qué hablan, porque hacen un corrillo de cabezas muy por debajo de mis capacidades auditivas. Así que vuelvo a la barra.
Te increpan en los conciertos porque te pones delante. En el cine porque no ven con tu cabezón. En los espectáculos populares porque no dejas ver a los niños y sus padres tienen que cargarlos a hombros. En los acontecimientos multitudinarios siempre eres el Punto de Encuentro, tus colegas se van a buscar cervezas y tú ejerces de banderita. Es así.
Y no te metas a bailar sardanas, que a las pobres agüelicas les arrancas los brazos.
Y sólo mido 1.84. Pero siempre soy la mujer más alta. Excepto cuando viene P, que me saca dos deditos y me encanta.

Y siempre estás detrás en las fotos del cole. Y borras la pizarra, bajas el mapa, bajas las cajas, matas arañas y te hablan como a un adulto. El personal hospitalario no tolera tu miedo al quirófano a los siete años porque aparentas diez. Y te traen un zumo de naranja después de arrancarte las amígdalas y estate a la altura.

Con catorce años yo jugaba con las seniors. Mala como pegar a un padre, pero alta de cojones. Tú salta y ya está. Ah, pues ya está.

Pero no todo es malo. La sociedad cree que los altos somos responsables y buenos jefes. Raramente se meten contigo. Tienes visión privilegiada. Llegas a las arañas. Y a las cajas. Creen que eres fuerte. Y cuando quieres ser muy rastrero/a -esto es feo, pero a veces han sido malos contigo y se lo merecen- te acercas mucho y los miras hacia abajo, forzándolos a levantar la cabeza para hablar contigo. Eso mola.

Por la calle nos miramos. Cuando nos encontramos dos mujeres muy altas, rápidamente se establece un vínculo de simpatía. En serio. A veces hasta nos sonreímos. Los pelirrojos me han dicho que hacen lo mismo. Eso también mola.




Así que no voy a regalar centímetros. Me lo decís a los trece/catorce y aún me pilláis tontuela. Pero ahora ya me he acostumbrado. Se te ve, sí. Pero se te ve. Como decía un amigo, a todo se acostumbra uno, hasta a que te peguen con un palo en la cabeza. Es más, si un día te dejan de pegar, lo echarías de menos. Pues eso.

(Gracias Phi por lo de la J)